Hace unos meses salió la traducción española del libro de recopilación de las reseñas de libros que hizo Flannery O'Connor, con el título de La presencia de la gracia.
Ahora está disponible para todo el mundo también en pdf y epub en este enlace.
Hace unos meses salió la traducción española del libro de recopilación de las reseñas de libros que hizo Flannery O'Connor, con el título de La presencia de la gracia.
Ahora está disponible para todo el mundo también en pdf y epub en este enlace.
En mi otro blog, he hecho una comparación sobre el modo de abordar lo religioso por parte de Marilynne Robinson en su novela Gilead y la obra de Flannery O'Connor.
Acaba de salir en la revista Nuestro Tiempo un artículo de Miguel Ángel Iriarte a propósito del centenario de Flannery O'Connor, con un texto excelente, que creo que ayuda mucho a introducirse en la obra de esta escritora. Además tienen fotos cedidas por los herederos que son excelentes, en calidad y en valor. Han puesto unos gráficos y aportaciones particulares también pertinentes.
Os lo recomiendo vivamente:
Los libros de Flannery O'Connor aparecieron primero en la editorial Lumen, que tenía un origen religioso y ahora es muy neutra (quizá por eso ponen textos tan banales en las contraportadas). También han salido en ediciones Encuentro, en Rialp y en Sígueme, tres editoriales de obras católicas de muy diferente orientación.
Se han hecho 6 tesis doctorales en España: 4 en universidades públicas (Complutense, UNED, Salamanca, Castilla-La Mancha) y 2 en la Universidad Francisco de Vitoria.
Las publicaciones de investigación, haciendo un repaso por Dialnet (y por lo tanto en absoluto completo), se debe especialmente a quien hicieron tesis doctorales sobre ella, con algunas excepciones (por ejemplo, yo, en mi pequeña medida).
Fuera del ámbito más académico, en la Universidad de Navarra la tienen en cuenta en sesiones sobre "Grandes Libros".
En octubre habrá un Congreso monográfico en la Universidad Complutense, pero con participación mayoritariamente extranjera.
Creo que hay mucho campo por andar en España, respecto a Flannery O'Connor.
Querría poner aquí una especie de mapa de cómo es recibida la obra y la vida de Flannery O'Connor en el universo católico actual. Adelanto la conclusión: es apreciada en ámbitos católicos de muy diversa orientación.
Una antología de su obra (algunos cuentos, su novela Los violentos lo arrebatan y algunascartas) está en la colección de Classics de Word on Fire, un proyecto del obispo Barron (él hizo también un documental sobre su vida y obra muy valioso).
Con Word on Fire colabora Fr. Damien Ference, un sacerdote de la diócesis de Cleveland que realizó su tesis doctoral sobre Flannery O'Connor en relación con el tomismo. De ella ha publicado dos libros, uno sobre el núcleo de la tesis (que ya comenté) y otro que acaba de salir, más centrado en autores filosóficos del siglo XX.
El ahora cardenal portugués Tolentino escribió poemas sobre Flannery (yo puse aquí uno en 2012).
El director de La Civiltá Cattolica, el jesuita Antonio Spadaro, ha publicado un libro de textos de ella y artículos (por ejemplo este).
Muchos de los congresos monográficos que se le han dedicado en Estados Unidos y desde Estados Unidos los han organizado desde la Universidad Loyola de Chicago en colaboración con la de Fordham, en Nueva York. El último fue en Londres.
He descubierto que un artículo que escribí sobre una polémica en 2020 sobre racismo ya no está en la web de El debate, así que lo copio aquí, corrigiendo algunas expresiones:
El
honor perdido de Flannery O’Connor
Ángel
Ruiz
Este 24 de julio, el rector de la Universidad
Loyola de Maryland anunció el cambio de nombre de una Residencia de Estudiantes.
¡Jugada maestra! Quitaba a Flannery O’Connor, escritora católica, y ponía a Thea
Bowman, una monja afroamericana. Con ello el rector creía que solucionaba, y seguro que
pensó que brillantemente, un problema que se le acababa de presentar: la
recogida de firmas iniciada por una alumna, Regina McCoy, que denunciaba por racismo
a la autora sureña.
La acusación se basaba muy probablemente en un
artículo del New Yorker. Lo había escrito Paul Elie, profesor en
Georgetown, que seguramente no esperaba un resultado tan rápido y tan extremo, aunque la clave estaba en el título: Cuánto de racista era Flannery
O’Connor sería una traducción bastante literal. El racismo lo daba por
supuesto y solo quedaba discutir cuánto, con lo que se insinuaba que mucho.
Elie usaba como munición algunas frases de un
libro recién publicado de Angela Alaimo O’Donnell, una investigación muy
detallada y llena de matices. Creo que se ve bien que aquí ha ocurrido un a
modo de juego del teléfono estropeado: un trabajo académico sobre racismo en
Flannery O’Connor acaba reducido a titular-carnaza para el clickbait, pero
en una revista supuestamente seria, que lee una estudiante blanca y
concienciada, que lanza la campaña contra una racista extrema. El rector, como
la mayoría de los rectores actuales, cedió sin lucha.
A mí lo que me preocupa no es ese episodio
penoso de la universidad de Maryland, sino la posible señal de un cambio de valoración
crítica de Flannery O’Connor, que se percibe también en una devastadora crítica
reciente en el New York Times a un documental sobre su vida: los
argumentos iban en esa línea ideológica introducida por Elie de condenar a la autora
mirando del modo más torcido posible su biografía e ignorando el valor de su
obra. Parece como que esta escritora siempre extraña, católica a la vez que sureña,
ya no estuviese a la altura de los nuevos requerimientos, que imponen criterios
muy rigurosos de corrección política.
No dejaba de ser sorprendente el enorme
prestigio del que gozó desde su muerte en 1964, tanto entre otros escritores
como entre la crítica, con apoyos que resultaron fundamentales para mantenerla
en un lugar privilegiado del canon literario, como el de Harold Bloom, que
aunque me parece que no llegó a comprenderla nunca, siempre mostró gran aprecio
por todo lo que ella había escrito: percibía algo muy profundo en esos relatos
y novelas poblados por personajes peculiares, casi siempre en situaciones
extremas.
La consecuencia más concreta que me parece que
puede producirse en este combate de ideas es el progresivo deterioro de su
posición destacada en el canon más influyente, el de los libros recomendados en
secundaria y en los cursos generales de la Universidad. Mi sensación es que se
ha levantado la veda, en beneficio de autores más en la onda ideológica del
puritanismo actual.
¿Pero fue Flannery O’Connor racista? Ya que no
podemos hurtar ahora la pregunta, tan torticeramente puesta en primer plano por
Elie en el altavoz del New Yorker, tendremos que decir -perdón- que «depende»:
para una línea crítica cada vez más dominante en la Universidad americana,
todos somos racistas hasta que se demuestre lo contrario por un sostenido
esfuerzo de mostrar nuestro sentimiento de culpa por nuestro racismo primigenio.
Si vamos a lo particular, Flannery O’Connor es acusada de racismo por usar «nigger»,
la palabra archiprohibida ahora y de mal gusto entonces; hasta la mantuvo en el
título de uno de sus cuentos más famosos contra la opinión más pudorosa de
otros, pero es que justo ese cuento, El negro artificial, es una de las
más profundas reflexiones sobre el sufrimiento de los negros. Por lo demás, los
acusadores señalan algunos pasajes de cartas a una amiga muy partidaria del
movimiento por los «derechos civiles», con la que adoptó un tono muchas veces
bromista, otras irónico, sobre el contexto del Sur en el que ambas habían
crecido. Son cartas en las que nunca se pliega a las consignas generales, que
todo lo fiaban a meros cambios legales; ella dudaba mucho de que las leyes que
eliminaban la separación de razas fueran a resultar tan eficaces, aunque en sí
mismas las considerase positivas, porque pensaba que había heridas que solamente se podrían
restañar a través de un largo proceso, muy delicado, de respeto y caridad mutuos. A esa amiga le
explicaba también que no pensaba relacionarse en el Sur con activistas negros
como James Baldwin, por lo que supondría de escándalo para sus personas
cercanas, algo que sí podría plantearse si viviera en el Norte, donde los
rencores no estaban a flor de piel. El tiempo le ha dado a ella la razón: la
desaparición de la discriminación legal no ha resuelto el problema, esa
imposible por ahora convivencia normal entre razas en Estados Unidos.
Lo más importante, y en ello insiste el libro de Alaimo O’Donnell con razón, es que en sus escritos de ficción levantó una obra que ilumina la cuestión del racismo en la vida americana, mostrando esas tensiones y sin traicionar la verdad más honda. Por el camino, el honor de Flannery O’Connor está siendo arrastrado por el barro, mientras que gracias a su obra comprendemos lo que los partidarios de soluciones simplistas no quieren que veamos. Nos quedan relatos como El día del Juicio, Todo lo que asciende tiene que converger o Revelación para seguir ahondando en esta tragedia del maltrato de unos a manos de otros por cuestiones de raza.
En dos pasajes de dos diarios consecutivos de José Jiménez Lozano aparece un texto similar, sobre ese Cristo cercano al Santo Cristo de Burgos, realista y tremendo a la vez, del convento de las Claras de Palencia, del que hizo un poema muy tremebundo Unamuno. Todo ello le recuerda a esa figura jibarizada que está en el centro de Sangre Sabia, de Flannery O'Connor:
Hacía años que no veía el Cristo de las Claras, de Palencia. Y, naturalmente, me he acordado del estupendo poema de Unamuno, pero mucho más del cadáver de homínido reducido del museo, que es un Cristo en las páginas de Sangre sabia, de Flannery O'Connor. Creo que es con referencia a este Cristo como sería exigible hacer ahora la teología de la post-modernidad, «post-mortem Dei» y «post-mortem hominis». Nunca más seria (La luz de una candela en Obras completas, Diarios I, 815).
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Es terrible, pero esta vez que vuelvo a ver el Cristo de las Claras de Palencia, que está expuesto en el coro bajo de la iglesia y a una luz muy cruda, no evoca en mí para nada el poema unamuniano, sino el cadáver reducido que hay en el museo, en Sangre sabia de Flannery O'Connor, y que verdaderamente es algo tan terrible; no «un Cristo de tierra», como decía Unamuno, sino algo un poco nauseabundo y risible, quizás el Cristo del Viernes Santo especulativo de Hegel, y el de la muerte de Dios nietzscheana, el desecho de la modernidad, incluso religiosa, que, sin embargo, como en la novela de la O'Connor, puede funcionar rentablemente (Los cuadernos de letra pequeña en Obras completas, Diarios I, 865).
David Mills escribe un artículo excelente sobre por qué admiramos como persona a Flannery O'Connor, incluso la gente que no valora mucho su obra. Explica que ella sabía ponerse en el lugar de los demás. También ayudaba su sentido del humor. Cita este párrafo de una carta de ella:
My latest accomplishment is that I flunked the driver’s test last Wednesday. This was just to prove I ain’t adjusted to the modern world. I drove the patrolman around the block. He sat crouched in the corner, picking his teeth nervously while I went up a hill in the wrong gear, came down on the other side with the car out of control and stopped abruptly on somebody’s lawn. He said, ‘I think you need sommo practice.’” (...) “I did make a hundred on the written part, but this profiteth me nothing.Mi último logro es haber suspendido el examen de conducir el miércoles pasado. Fue sólo para demostrar que no estoy adaptada al mundo moderno. Llevé al examinador dando la vuelta a la manzana. Se sentó agachado en un rincón, hurgándose los dientes nerviosamente mientras yo subía una cuesta con la marcha equivocada, bajaba por el otro lado con el coche fuera de control y me detenía bruscamente en el césped de alguien. Él dijo: “Creo que necesitas algo más ["summo" en dialecto sureño] de práctica”. (...) Sí que acerté cien de cien en la parte escrita, pero esto no me ha servido [usa "profiteth", que suena a lenguaje bíblico arcaico] de nada.
De lo que se ha escrito con ocasión del centenario del nacimiento de Flannery O'Connor destacaría un artículo excelente de John Kulka sobre el tiempo que pasó en una granja de Connecticut con Robert y Sally Fitzgerald: “The Happiest Time of Her Life”: Flannery O’Connor in Connecticut with Sally and Robert Fitzgerald.
Cuenta en él de un viaje que hizo con William Sessions, que explicaba el ritmo de la vida allí, cuando estaba ella escribiendo Sangre sabia. Le vino muy bien leer la traducción de Edipo Rey entonces:
Es un artículo extraordinariamente bueno. Es doloroso, por cierto, leer de los proyectos fallidos, primero de Sally Fitzgerald, luego del propio William Sessions, de hacer una biografía definitiva de Flannery O'Connor.
En Milledgeville, con ocasión del centenario, han hecho una exposición de cuadros de Flannery O'Connor. La noticia la sacaron en el New York Times: es un artículo muy interesante. Ahora hay un artículo mucho mejor todavía de Fr. Damian Ference, con excelentes fotos.
A mi sus cuadros me gustan mucho, quizá porque los veo con buenos ojos. Aquí dan la noticia en detalle y de ahí tomo las fotos, empezando por su autorretrato con un faisán, que sí que era conocido de antes: